Como un Malboro

$18.800,00
Como un Malboro $18.800,00

Daniel Durand
Como un Malboro
Mansalva

Páginas: 106
Altura: 22.0 cm.
Ancho: 14.0 cm.
Lomo: 1.5 cm.
Peso: 0.22 kgs.
ISBN: 9789873728174
Encuadernación: Rústica Con Solapas
Año de edición: 2015-08-01
Colección: Poesía y Ficción Latinoamericana

Volcó el bondi que nos llevaba al bardo, tuvo que frenar en la tarde lluviosa del delta entrerriano y no le dio, se fue a la banquina, y todos los pasajeros y el Flecha Bus quedamos enterrados en el barro. Yo conversaba con Manguzza mientras él convidaba cafés a las madres que lloraban con sus hijos en los regazos. Conversábamos sobre Conlon Nancarrov, sobre Saer, sobre lo repetitivo y mediocre que es Robert Fripp. Porque hacía diez horas que estábamos parados, el asado lo pagó la empresa en un parador del paranacito, entonces tomamos vino y comimos chorizo y nos pusimos contentos y de pronto vi a la Angélica destellar atrás de unas gordas que comían junto a las bolsas que llevaban con regalos y bártulos comprados en el Once. Me le acerqué sin disimulo y me senté en un murito, y la Angélica reía, de nerviosa, me dijo meses más tarde; le chamuyé morondangas, Manguzza discurría con una rubia letrada, le robó un número telefónico que nunca lo llevó a nada, yo fui remando dormido en las aguas estancadas del cerebro de la Angélica con mi remo mocho, de madera podrida.

Daniel Durand
Como un Malboro
Mansalva

Páginas: 106
Altura: 22.0 cm.
Ancho: 14.0 cm.
Lomo: 1.5 cm.
Peso: 0.22 kgs.
ISBN: 9789873728174
Encuadernación: Rústica Con Solapas
Año de edición: 2015-08-01
Colección: Poesía y Ficción Latinoamericana

Volcó el bondi que nos llevaba al bardo, tuvo que frenar en la tarde lluviosa del delta entrerriano y no le dio, se fue a la banquina, y todos los pasajeros y el Flecha Bus quedamos enterrados en el barro. Yo conversaba con Manguzza mientras él convidaba cafés a las madres que lloraban con sus hijos en los regazos. Conversábamos sobre Conlon Nancarrov, sobre Saer, sobre lo repetitivo y mediocre que es Robert Fripp. Porque hacía diez horas que estábamos parados, el asado lo pagó la empresa en un parador del paranacito, entonces tomamos vino y comimos chorizo y nos pusimos contentos y de pronto vi a la Angélica destellar atrás de unas gordas que comían junto a las bolsas que llevaban con regalos y bártulos comprados en el Once. Me le acerqué sin disimulo y me senté en un murito, y la Angélica reía, de nerviosa, me dijo meses más tarde; le chamuyé morondangas, Manguzza discurría con una rubia letrada, le robó un número telefónico que nunca lo llevó a nada, yo fui remando dormido en las aguas estancadas del cerebro de la Angélica con mi remo mocho, de madera podrida.